Plantarle cara al enfado


El enojo es un problema que aqueja a muchas personas, es un sentimiento señalado por su gran poder para desestabilizar la armonía Familiar, laboral o social; además de los daños que puede causar a la salud física y la parte emocional. Pese a esto, el enfado se puede controlar; un cambio de actitud, esfuerzo y voluntad pueden impedir que este sentimiento haga de las suyas.

El enfado es una respuesta adaptativa de nuestro organismo hacia algo que nos molesta. Enfadarse esporádicamente es nativo en el comportamiento humano, lo que no es favorable es cuando se convierte en un sentimiento frecuente y predominante, reprimiendo el goce de la Vida y deteriorando las relaciones con los demás.

Los efectos del enfado
El enfado es una emoción tan poderosa, que incluso el cuerpo puede verse seriamente afectado cuando se presentan episodios de ira. Señales que comúnmente observamos como la cara ruborizada, las venas brotadas, los ojos exaltados, las manos empuñadas, los dientes apretados, entre otras, demuestran que todo el sistema nervioso actúa en concordancia.

Los estudios científicos señalan que este sentimiento genera fuertes cambios en el sistema nervioso autónomo, que a su vez controla la respuesta cardiovascular y el sistema endócrino, provocando un estado mental muy negativo y algunos cambios en la actividad cerebral.
*Informe científico publicado por la Revista “Hormones and Behavior”.

En cuanto a los efectos sociales se refiere, no hay que ahondar en explicaciones para darse cuenta que una persona que se enoja una y otra vez, es rechazada y poco apetecida en un grupo. Los detrimentos que causa la agresividad en los vínculos afectivos son desoladores, y no es para menos, pues una persona enfadada influye de manera inmediata y casi que inevitable en un ambiente próximo.
Como vemos, el enfado desde ningún punto de vista es un sentimiento que conviene al bienestar del ser humano.

¿Qué origina el enfado?
Descubrir la causa del enfado es el primer paso para derribar este sentimiento que algunas veces se convierte en hábito.
Enfadarse a menudo e intensamente puede ser la manifestación de otros sentimientos, los más comunes son:

o       Inseguridad, en cuanto al miedo a que los demás descubran que no se es portador de tal perfección que transmite, o temor al fracaso ante ciertos retos.

o       Celos o envidia, cuando hay una amenaza latente que pone en riesgo “algo” importante.

o       Dependencia, relacionada con el deseo de pretender que todo gire a nuestro alrededor; algo lógicamente insostenible.

o       Miedo, ante una situación que genera incertidumbre, ansiedad y desasosiego.

Cómo dominarlo, en vez de que nos domine
Aprender a manejar el enojo es posible. Esfuerzo y voluntad son las claves para frenar el efecto destructivo que provoca este sentimiento. Y hay algunas sugerencias para lograrlo.

Primero, tener conciencia del daño que el mal genio provoca tanto en uno mismo como en los que le rodean. Adicional a esto, los especialistas recomiendan a quienes se enfadan a con facilidad, aprender a resolver los problemas con quien de verdad los originó, es decir cuando previamente venimos cargados de mucha tensión y la descargamos con lo primero que vemos que no nos gusta.
Una dificultad laboral no tiene por qué afectar el ambiente en casa y viceversa; aprender a delimitar los problemas es una regla de oro.

El hecho de hablar de las contrariedades es otra forma de desahogarse sin necesidad de recurrir a la ira. No tiene sentido acumular agresividad. Es importante establecer una buena comunicación con una persona de confianza para exteriorizar los sentimientos. Pero la forma en que se expresa también es importante, no hay que perder la compostura y sí hay que ser muy inteligente emocionalmente. Los desacuerdos se pueden expresar, pero dentro de términos de respeto todo es posible.

Y por último, hay que pedir disculpas. El enfado es un arma mortal, puede hacer mucho daño a las otras personas y en ocasiones ni el pedir escusas puede remediar los daños. Hay veces los enfados son desproporcionados y reconocerlos ayuda a quien lo padece a ser más consciente que tiene que expresarse de otra manera. Ahora bien, no basta con disculparse; hay que cambiar.

Fuente: Buzoncatolico.com