¿Los hijos son el boletín de calificaciones de los padres?

Solemos escuchar que los hijos son el reflejo de sus padres, el reflejo de nuestras emociones, acciones, de nuestros rasgos personales positivos y negativos.
Leíamos en un artículo de un psicólogo, autor y escritor muy conocido, con respecto a los distintos tipos de padres, que algunos luchan por tener éxito como tales, pero se equivocan en el modo de ejercer su función. Se refería a que, para no repetir experiencias autoritarias que sufrieron como hijos, quieren ser “sus mejores amigos”. Entonces temen poner límites, acceden a todo y esperan como recompensa la aprobación por parte de ellos, invirtiendo así los roles que a cada uno le toca cumplir por naturaleza.

Otros consideran que su función está lo suficientemente cumplida si son eficaces proveedores materiales diciendo: “A mi hijo no le falta nada, no tiene por qué quejarse, después de todo sólo espero que cumpla conmigo”. Otros, desbordados por la complejidad del rol, se “autoexcluyen de su rol”, confiando en que uno solo de los dos (el papá o la mamá) se haga cargo, o quizás se tiene algún golpe de suerte, con el tiempo, y las cosas mejorarán mágicamente.

Muchos de esos errores que alguna vez nos prometimos no repetir de nuestros padres, terminamos reconociéndolos en nosotros, y por ende sembrándolos en nuestros hijos.
Quizás algunas veces hemos sido cobardes para defender, pobres para introducir creatividad en ellos, abandónicos en muchos aspectos y también con nosotros y nuestras emociones.

Ellos van creciendo a través del vínculo que nos une, la manera en que les hablamos, en que los sostenemos, contenemos, abrazamos y les ponemos límites.
Tal vez cuando eran bebés o niños pequeños era más fácil relacionarnos con ellos. Pero a medida que van creciendo nos vamos viendo reflejados en esos “pequeños modos” que muchas veces nos alegran, nos enorgullecen y otras veces nos molestan.

Nos cuesta compartir y pasar tiempo con ellos porque sentimos que nuestra realidad es más importante que jugar, compartir, leer un cuento, ir a la plaza, compartir una charla… Y tal vez para ellos la mejor manera que conocen para estar cerca nuestro es haciendo berrinches, gritando, haciéndonos enojar; saben que de esa manera conseguirán nuestra atención.
Nos preguntamos:

• ¿Por qué mi hijo se comporta mal?
• ¿Qué hice para que se porte así?

Tal vez podríamos preguntarnos:
• ¿Qué intentan decirnos?
• ¿Comparto tiempo sólo con ellos?
• ¿Realmente escuchamos lo que intentan trasmitirnos?

A medida que vamos observando y recordando, podremos reconocer cómo en algunos aspectos no hemos podido ser los mejores padres o madres, pero tenemos siempre la posibilidad de informarnos, aprender y ejercer este “bendito rol” insubstituible que es “crear una familia”.

Al darnos cuenta podremos sentir quizás vergüenza y dolor, pero a la vez la alegría de poder darnos cuenta dónde están las actitudes diarias en las que debemos corregirnos, y empezar a hacerlo sin demoras.
Tenemos la oportunidad de reconciliarnos con nuestros padres en esas conductas deficientes, perdonarlos y comprender que hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían en ese momento.

Tenemos también la herramienta para mejorar esa relación con nuestros hijos. Si estamos atentos a observar y escuchar, ellos nos muestran a través de sus conductas y manifestaciones, las oportunidades para conocernos, cambiar y aprender a ser padres, que de otra manera no podríamos.
Rompamos esa pared de condicionamientos que no nos permite disfrutar y disfrutarlos. Recuperemos el hábito de la alegría en el día a día, la frescura de la niñez. El amor que siempre tuvimos dentro nos permitirá comprenderlos y conocernos, y así buscar las herramientas necesarias para una mejor comunicación y relación.

Todo nos puede ayudar, acorde a la edad en que ellos se encuentren, niñez o adolescencia: podemos usar libros de cuentos, hacer terapias, jugar con ellos o hacer deportes, compartir alguna tarea hogareña sencilla, compartir la preparación de la comida, reparar algo y mucho más… ya que todas son formas de compartir un tiempo, esencial y necesario, para enseñar y aprender, dar y recibir, escuchar y expresarnos.
Recuerdo el caso de una madre que, siendo una ocupada profesional, viajaba con su hijita por una ruta apurada, para ir a trabajar. Mientras conversaba con ella, su hija le comentó lo mucho que le gustaría alguna vez poder “jugar juntas un momento”.

Ella de inmediato se desvió del camino hacia el parque y efectivamente jugaron un rato, luego de lo cual continuaron hacia su destino. (Eso quedó profundamente grabado en esa niña, que siendo grande expresaba a su madre cuánto valoraba, y lo agradecida que estaba, de que hubiera salido del camino para jugar juntas, ese día, pues sabía cuán importante era para su madre llegar a su trabajo).

Otro joven padre recordaba lo mucho que disfrutaba cuando su padre compartía con él la tarea de lavar el auto o preparar el café con leche para el resto de la familia.
Cada momento compartido es un testimonio único e irrepetible. Disfrutemos entonces la alegría de hacer que lo cotidiano se vuelva mágico. Y a medida que vayamos aprendiendo en el trayecto, si hacemos las cosas con Amor, aún equivocándonos, la “nota del boletín” va a resultar auspiciosamente “la mejor”.
Nosotros como padres publicamos esta nota, para desearle a usted, querido lector, el poder mantener la confianza, la voluntad y la perseverancia para ver con optimismo cualquier tropiezo en el camino y aprender de esta interminable enseñanza. Esa es desde ya una bella nota para todo boletín.

Fuente: Revista La Vida como Escuela nº 81