El espíritu de la niñez se pierde a los 10 años

Los sicólogos coinciden: hace 20 años el pensamiento mágico y lúdico duraba hasta los 13 años. Hoy desaparece entre los 8 y 9. La inmediatez que viven en su entorno y modelos cada vez más adultos avivan este proceso. Los padres lo miran con atención.

La rapidez con que por estos días se esfuma esta etapa infantil es una percepción generalizada en especialistas y padres.
Lo que están viendo es que ese espíritu de la niñez, caracterizado por el pensamiento mágico, lo lúdico y la inocencia, es una etapa del desarrollo que se está acortando.
Pasados los 10, cada vez menos niños tienen ese goce por el simple hecho de jugar y entretenerse. Sus aspiraciones dejan de ser infantiles de repente y miran con ansiedad un mundo adolescente sin esperar que llegue a la edad que corresponde. Lo mismo están notando los padres.

Así se lee en el Informe Global sobre el Espíritu de la Niñez, de Ipsos Public Affairs, que respondieron más de siete mil padres y madres de 20 países: el 84% de los encuestados estima que los niños están creciendo más rápido que las generaciones previas y siete de cada 10 dice que sus hijos deberían tener más tiempo para portarse, justamente, como niños, pero que no lo pueden hacer porque la vida cotidiana los empuja a lo contrario.

“Los niños buscan dónde reflejarse y los modelos que se les presentan tienden a mostrar adultos en miniatura. Desde muy chicos entran en un mundo que, para generaciones anteriores, era lejano e incluso estaba vedado”, comenta Daniela Carrasco, sicóloga especialista en adolescentes de la U. Diego Portales.
Un ejemplo: el salto que dan en la programación infantil: pasan de ver Ben 10 a series como Hanna Montana donde las temáticas son novios, fiestas, peleas entre amigas.
La rutina también cambió con los años. Antes, ver a alguien significaba trasladarse a su Casa. Ahora los niños están conectados con todo el mundo al mismo tiempo. “La inmediatez hace que quieran todo más rápido”, agrega Carrasco. El desarrollo va a mil por hora y ellos quieren ir en el mismo carro.

Este aceleramiento, en todo caso, algunas veces no llega a todos: “Ya a los 10 años mis compañeras se preocupaban por cosas como que le gustan los niños, amores platónicos y comprarse ropa a la moda. Para mí es chistoso, porque juegan a ser grandes, le copian a la gente de la tele o lo que hacen sus hermanas más grandes que son jóvenes y no niñas como ellas”, cuenta Constanza, de 13 años.
Ella no tiene apuro en crecer. Todavía lo pasa bien jugando a cualquier cosa con sus amigas. “De tanto simular algo que no son, terminan por perder lo más entretenido de la niñez”, agrega. Su madre precisa la etapa en la que está Constanza: “Mi hija es una adolescente, tiene 13 años y aunque le gusta vestirse de acuerdo a esa edad, sabe que hay algo que marca la diferencia con sus compañeras: mientras las demás quieren ser grandes, ella quiere seguir siendo niña”, dice la mamá de Constanza.
Y aunque los papás perciben claramente esta aceleración en el desarrollo, algunos no saben bien qué hacer, se quedan en la comparación -ellos crecían bastante más lento- y les cuesta no ceder a los requerimientos que permiten este desarrollo acelerado de los niños.
Por ejemplo, la tecnología. “Fernanda ha cambiado de celulares como tres veces. Ahora me pidió un iPad para ella sola, porque yo tengo uno. Yo le dije que no. Ya tiene un notebook y un celular Samsung Galaxy. ¿Qué le tendría que regalar cuando tenga 18?”, dice Sara. ¿Qué les permite la tecnología? Conectarse entre ellos, con el mundo exterior donde están los modelos que hoy les interesan y abstraerse de lo “fome” que hoy les resulta su entorno Familiar. “Llevarla a ver a la abuela es casi una pelea”, agrega Sara. Antes era un panorama que no encontraba peros.

El estudio añade un dato nostálgico: la mayoría de los padres (77%) dice que les hubiera gustado ser más despreocupados cuando eran chicos. Eso explica que le llame la atención lo que ocurre con sus hijos. “Mi hija tiene 11 años y ya habla de novio. Yo, a su edad, solo quería jugar y pasaba en la calle con la pelota o a las bolitas”, dice Hernán Arriagada (52). “Siento que creció demasiado rápido y que le preocupan cosas a su edad que no debería, como el tema de la apariencia. Va súper arreglada al colegio y se viste como su hermana mayor, 10 años más grande. Creo que pudo haber aprovechado más eso de ser niño”, dice.

Que eso ocurra le reportará más herramientas para enfrentar el futuro. Los recursos lúdicos y la imaginación son un factor protector. Un entrenamiento social. “Mientras más entrenamiento, más hábil eres en el tiempo. Y la relación también es inversa: mientras menos entrenamiento tienen, más les cuesta enfrentar las relaciones”, explica Raúl Carvajal, sicólogo de Clínica Santa María.

Ese entrenamiento social permite que los niños se centren más en el proceso y en el aprendizaje que en el resultado y en el éxito. Es decir, que mantengan rasgos de inocencia propios de la edad. ¿Qué pasa si no tienen ese entrenamiento? Una forma natural de suplirlo es establecer vínculos con niños o adultos que tengan estos recursos e incorporarlos a través del aprendizaje. “Un vínculo que no sea ansioso ni absorbente y que muestre una forma de enfrentar y resolver los problemas”, concluye Carvajal.